Cuenta la leyenda que hace muchos años el conserje del
colegio Severo Ochoa en una revisión rutinaria de las instalaciones de la escuela,
encontró el cadáver de la señora de la limpieza tirado en el baño en un gran
charco de sangre. Tenía la ropa llena de rasgaduras y heridas y le faltaban
trozos en la cara como si hubieran sido arrancados a mordiscos.
Aterrado, llamó a la Policía y los policías se llevaron el cadáver, al
parecer había muerto tras varias horas de crueles torturas.
Nunca se descubrió al culpable y la memoria de lo
sucedido fue pasando de generación en generación de estudiantes, que contaban
la historia entre burlas y sin darle la mayor importancia.
Actualmente se
dice que, si te encierras a solas en el baño, puedes sentir como la mujer toca
la puerta… Si cometes el error de abrirle, su espíritu atormentado entrará y te
torturará del mismo modo que lo hicieron con ella.
Pedro y sus amigos
siempre habían creído que la leyenda era una chorrada y se burlaban de uno de
sus amigos que insistía en que él una vez estuvo solo en el baño y le tocaron
la puerta.
Hasta que hace unos días se celebró en el colegio la
fiesta de fin de curso…
Pedro estaba hablando con un amigo y le dijo que le
esperara un rato mientras iba al baño.
Curiosamente no había nadie cerca, algo poco habitual porque el colegio estaba
lleno de gente por la fiesta, y fue allí
donde se acordó de la leyenda.
Haciéndose el gallito con la valentía del que se ha
tomado alguna copa de más decidió ponerle el seguro a la puerta para comprobar
si la historia de fantasmas era cierta. Pretendía burlarse de los demás por un
miedo infantil que él consideraba de cobardes.
Una vez hubo cerrado la puerta del baño se acercó al
inodoro y, como queriendo rematar el asunto, cerró también la puerta del
pequeño cuartillo en que tenía que hacer sus necesidades.
De pronto escuchó unos golpes secos en la puerta y a
pesar de su supuesta valentía se asustó tanto que fue como si una mano helada
le apretase el estómago. Con la voz entrecortada preguntó:
¿Quién es? – Tratando de que no se sintiera el miedo en
su voz.
Ya algo repuesto pero aún con miedo volvió a preguntar:
“¿Quién es?”.
Nadie le respondía, además se había hecho un absoluto
silencio, tan absoluto que ni siquiera se escuchaba el ruido de la fiesta. Por
su cabeza rondaban mil ideas ¿Cómo podía haber entrado alguien si él cerró con
llave y comprobó que se encontraba solo?
Los golpes volvieron, y como queriendo convencerse a sí
mismo de que alguien se había encerrado para hacerle una mala jugada, lanzó un
grito entre enfadado y atemorizado.
“¡¿Quién es?! ¡No jodan!”.
Armándose de valor, miró por debajo de la puerta y sintió
que se le paraba el corazón al ver que no había nadie al otro lado de la
puerta.
Impulsado ya no por el valor sino por el terror que nos
hace correr para sobrevivir, abrió violentamente la puerta del baño y, justo en el momento en que pretendía salir,
se giró tras oír una voz de mujer detrás de él. Al hacerlo pudo ver una mujer
totalmente cubierta de sangre que con los brazos extendidos intentaba alcanzarle
mientras arrastraba una de sus piernas parcialmente devorada. Totalmente
bloqueado por el miedo Pedro perdió la orientación y en su carrera se golpeó la
cabeza con el marco de la puerta quedando inconsciente.
Minutos más tarde despertó mientras varias personas le
rodeaban tratando de reanimarlo. Su amigo al escuchar un fuerte golpe en el
baño decidió acercarse a ver qué había sucedido y le encontró en el suelo
inconsciente.
Todos tomaron su historia como la de un borracho que no
recordaba lo que había sucedido. Pero en su pierna había una marca inequívoca
de que la leyenda era cierta. Un mordisco con la forma de una dentadura humana.
Tal vez si su amigo no hubiera llegado a tiempo él mismo hubiese formado parte
de la historia de la mujer asesinada en el baño.
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